"Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias", Ryszard Kapuscinski

domingo, 29 de abril de 2012

El futuro del periodismo

Foto de Álex Ayala UgarteCada vez estoy más seguro. Y más cuando leo -y ahora comparto- experiencias de colegas que no necesitan las mezquindades de los medios (pequeños, medianos o grandes) para hacer el "auténtico periodismo". El verdadero. Aquel que trasciende y transforma. Estoy seguro que se puede. Estoy seguro que también tendrá consecuencias en la vida de las sociedades que nosotros nos animemos. También estoy seguro que tiene que haber talento, trabajo y esfuerzo. No es para nada una tarea sencilla. Como bien lo dijo el maestro Ryszard Kapuściński: "Nuestro trabajo consiste en investigar y describir el mundo contemporáneo, que está en un cambio continuo, profundo, dinámico y revolucionario. Día tras día, tenemos que estar pendientes de todo esto y en condiciones de prever el futuro. Por eso es necesario estudiar y aprender constantemente". Acá, un ejemplo: Álex Ayala Ugarte (foto). Un ejemplo de alguien que se atrevió a soñar.

Pero soñó que la mejor manera de contar un "trabajo de largo aliento" sería en formato libro. Pero el libro requiere de dinero. Dinero para costear los costos fijos. Costos que analizó y decidió financiar con plata de los futuros lectores. Lectores que se iban enterando del proyecto por la web http://www.verkami.com/projects/1139-los-mercaderes-del-che-y-otras-cronicas-a-ras-del-suelo. Una especie de caja de ahorro virtual o compra anticipada y cooperativista. Había que juntar plata (Euros) para que saliera a la luz "Los mercaderes del Che y otras crónicas al ras del suelo". Para materializarlo acudió al método de "crowdfunding" (una forma directa de financiar proyectos con la suma de aportaciones individuales http://www.verkami.com/page/about).

El propio Alex se tomó el tiempo de escribirlo y acá simplemente lo pego: "Gracias a la colaboración de todos vosotros, Los mercaderes del Che y otras crónicas a ras del suelo podría convertirse pronto justamente en eso: en un libro. En una obra con trece historias reales, hechos insólitos y decenas de personajes interesantes, como un rey negro que vive humildemente en un pueblo de Bolivia, un anarquista español que estuvo preso buena parte de la Segunda Guerra Mundial en un campo de concentración nazi y que después emigró a América Latina para iniciar una nueva vida alejado de la "civilización" o unos reos que se vieron obligados a custodiar su propia cárcel. Estos trece textos, que presentaré más adelante, tienen además una cosa en común: son locales pero con ingredientes que los vuelven universales. Es decir, hablan del poder, del paso del tiempo, de narcotráfico, de supervivencia, de temás, en definitiva, que resultan atractivos para la mayoría de los lectores, sin que importe mucho el lugar del planeta en el que se encuentren".
 
Álex x Álex
Nací en Vitoria en 1979 y estudié periodismo en el País Vasco. En 2001, tras ganar un concurso de periodismo de investigación, viajé a Bolivia para trabajar en un matutino local, donde me desempeñé primero como redactor y luego como director del suplemento dominical. A principios de 2007 me contrataron en el Semanario Pulso de La Paz como editor de periodismo narrativo, cargo que ocupé hasta finales de 2009. Y en 2010 fundé Pie Izquierdo, primera revista boliviana de no ficción. Además, a lo largo de estos años he colaborado con revistas como Etiqueta Negra, VQR y Paula. Y he completado mi formación en talleres impartidos por Alberto Salcedo, Jon Lee Anderson y Alma Guillermoprieto.
Les dejo un pequeño recorte de la descripción del proyecto en palabras de Álex: "Dice el periodista Julio Villanueva Chang que "para un cronista el mundo es una vitrina de valiosos desperdicios"; y que su trabajo consiste en "escarbar en él hasta tener la suerte de encontrar dos cosas a las que en apariencia nada une". Asegura además que el buen cronista es el que enciende la luz, el que cuenta no sólo lo que sucede, sino también lo que parece que no sucede. Yo añadiría que es a su vez aquel capaz de encontrar y escribir esas historias que, como el buen vino, permanecen luego durante mucho tiempo en el paladar de la memoria".

domingo, 22 de abril de 2012

Para reflexionar acerca de "la no verdad" en nuestra profesión

Llamar a la mentira "la no verdad" es un pésimo eufemismo. Pero es una forma de hacerlo. Es una de las tantas formas caprichosas de hacerlo. Es, básicamente, la riqueza a la hora de apropiarnos de las palabras lo que me permite ser un mentiroso o no serlo. Ser un buen o mal periodista. Hace apenas unos días le decía a mis alumnos que somos un montón de discursos todos en uno. Mezclados. Amontonados. Algunas veces coherentes, otras no. Nuestro principal recurso es la palabra: la propia y la ajena. Hoy pareciera que nuestra materia prima por excelencia entra en debate, asume cuestionamientos. Bienvenidos. Bienvenidos si aportan claridad y veracidad para la verdadera construcción social. Porque resulta interesante reflexionar acerca de la mentira y la verdad en el periodismo es que les acerco estos dos textos: por un lado, el de Margarita García Robayo http://www.margaritagarciarobayo.com/blog/archivos/762 "El dilema de la mentira" y, el otro, de Eliezer Budasoff "El hombre que se convirtió en espejo", publicado por la revista Soho http://www.soho.com.co/zona-cronica/articulo/el-hombre-convirtio-espejo/26277 . Me parece clave no olvidarnos de lo que alguna vez dijo el magistral Ryszard Kapuscinski:  "El verdadero periodismo es intencional, a saber: aquel que se fija un objetivo y que intenta provocar algún tipo de cambio. No hay otro periodismo posible".

El dilema de la mentira

Por Margarita García Robayo
Así como en Hollywood los escándalos suelen estar hechos de infidelidades, en el mundo periodístico están hechos de mentiras. Hace unas semanas, la biografía del polaco Ryszard Kapuscinski, escrita por su colega y amigo Artur Domoslavski, instaló –otra vez– la discusión sobre la mentira en el periodismo: “Algunos de los libros de Richi no pertenecen al estante de no-ficción”, dijo el biógrafo. Días después, apareció un caso más extremo, el de Tommaso Debenedetti, un periodista italiano que parece haber inventado una buena cantidad de entrevistas a escritores famosos: Philip Roth, John Grisham, Nadine Gordimer, Le Clézio, entre otros. El debate se encarnizó. 

Entonces me acordé de un famoso caso en la Argentina, bastante parecido al de Debenedetti: se llamaba Nahuel Maciel y era mapuche (o eso decía él). En sus fantasías, Nahuel entrevistó –y publicó en el diario donde trabajaba, El Cronista– a Vargas Llosa, Onetti, Umberto Eco, Ray Bradbury, García Márquez (cuya entrevista se volvió libro) y otros. Cuando todo se supo, el mapuche fue repudiado y se autoexilió en las lejanas tierras de Entre Ríos, y ahora es un líder ambientalista. Así, deben de haber millones de historias que hacen pensar que la mentira es a los periodistas lo que las niñeras a los maridos de Hollywood: una maldita tentación.
 
Trabajé varios años en una fundación de periodismo que queda en Cartagena. Se llama Fundación Nuevo Periodismo, la preside García Márquez y la dirige un señor genio llamado Jaime Abello Banfi. Fui testigo de muchas discusiones respecto de este tema –una de ellas provocada por la postulación del mentado Maciel a un taller– y lo que puedo decir es que la fundación es absolutamente proverdad, que no es para nada laxa en estas cuestiones; pero, sobre todo, es un lugar donde se reflexiona sobre las cosas que afectan el oficio periodístico y sus maestros suelen tener opiniones diversas sobre asuntos fundamentales. Recuerdo a Francisco Goldman diciendo en un taller algo así como (aclaro que no es una cita exacta, ya que estamos): “Cuando en mi investigación me encuentro con un solo hueco que no puedo llenar con datos verídicos, nace un texto de ficción”; o a Jon Lee Anderson contando cómo en The New Yorker –cuyos fact-checkers son fundamentalistas de la verdad– le podían parar una nota durante meses porque no podía confirmar el nombre exacto de una flor que había en un jardín afgano. Pero también vi de los otros: de los que decían que, si hay huecos, que se llenen con situaciones creíbles; y que el nombre de una flor importa menos que nada. Es decir, no hay una carta de principios ni dogmas preestablecidos, hay deliciosas jornadas de reflexión alternadas con meriendas tropicales.

Hecha esa precisión, puedo decir que, al menos yo –mera oyente–, no llegué nunca a anclarme en una postura única sobre el límite entre la ficción y la no ficción en textos periodísticos. Me parece que es difícil pensar eso en abstracto. Adoré los libros de Kapuscinski y enterarme de que algunos detalles podían no ser reales no me hizo ni cosquillas. Lo de los plagios es distinto porque allí ni siquiera hay un esfuerzo creativo, es un vulgar robo –y no hay nada más triste que la falta de creatividad y de ingenio en alguien cuyo trabajo depende en buena medida de eso–. Un periodista que plagia es, además de un delincuente, un tonto; un periodista que inventa puede llegar a ser un inmoral, un delincuente incluso (porque su invento suele afectar a un tercero: al entrevistado ausente, por ejemplo), pero el resultado de su invento es lo que determinará, en última instancia, si es un tonto irremediable o un tipo talentoso pero mitómano, o si es alguien sin ton ni son que arriesgó su credibilidad en vano. Puede que en el periodismo haya demasiados debates éticos a priori; supongo que se necesitan para ir estableciendo códigos en el oficio. Pero supongo también que –independientemente del oficio– debería bastar con aplicar el principio simple de la transparencia: yo soy fulano y esta historia es una invención. Y si es una buena historia encontrará editores que la publiquen y lectores que la lean. Quizá ya no le llamen a eso periodismo, pero a quién le importa: la etiqueta “periodismo” no es, así solita, sinónimo de pieza magistral.
 
Pero los detalles son otra cosa y lo malo de estas discusiones es que todo se confunde y se salpica. Los detalles, para mí, están en función de la historia. Si a la historia le ayuda que una nena fea lleve un lindo lacito en su cabeza amorfa, no estoy en contra de ponérselo. Según el canon más clásico, eso no es periodismo; según el canon más clásico, la etiqueta de un periodista que hace eso vendría adjetivada: “periodista mentiroso”. Por eso, con perdón, desconfío de los cánones y de las etiquetas y de los estantes de libros categorizados: porque no piden contexto, al contrario, exigen reducciones. Pero parece que el mundo necesita las etiquetas para no confundir arena con harina; porque están los Debenedetti y los Maciel, mentirosos compulsivos o bromistas sofisticados, vaya a saber, que revuelven el frasco denso de los códigos y alguien, muchos, todos, tienen que salir a aclarar lo obvio: señores periodistas, mentir está mal –así dicho, quién podría oponerse–. Y con eso, al menos por un rato, consiguen salpicar las mejores historias.

El hombre que se convirtió en espejo

Por Eliezer Budasoff
Nahuel Maciel no se llama Nahuel Maciel ni habló nunca con García Márquez, Vargas Llosa o Carl Sagan, aunque publicó entrevistas con ellos en la prensa argentina. Crónica que acaba de ganar el premio Las Nuevas Plumas, sobre un periodista fantástico en todo el sentido de la palabra.

El Mesón de Jeremías es un restaurante que no existe, ubicado en un punto preciso de la costanera de Gualeguaychú, frente a la isla Libertad. Lo inventó Nahuel Maciel, que no se llama Nahuel Maciel, para poder escribir sobre cocina en el diario El Argentino: los clientes de Jeremías nacían al llegar al lugar y morían un párrafo después del proceso de cocción, una vez agotadas sus historias de pasiones cotidianas, la receta, el espacio disponible para el texto.

—Algunos lectores llamaron al diario para saber cómo podían llegar al restaurante –dice Maciel, mirando hacia el río. Es de noche, la orilla está iluminada.
—En un momento llegó a haber como diez o quince personas que aseguraban que habían comido en el mesón de Jeremías. Era una ficción, ¡un recurso!
Maciel abandona una sonrisa a mitad de camino y apura el cigarrillo. Lo tira. Lo pisa.
—Pero claro, algunos ya preguntaban: “¿Volviste a las andanzas, Nahuel?"

A principios de los noventa, Nahuel Maciel se convirtió en leyenda por plagiar e inventar con eficacia, sin vacilación, largas entrevistas a personalidades como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti y Carl Sagan, que fueron publicadas entre 1991 y 1992 por el suplemento de cultura de El Cronista. Los hechos a los que nos referimos ocurrieron hace dos décadas, en Buenos Aires, y se prolongaron algunos años en Paraná, capital de Entre Ríos, donde se fue a vivir después del hito más conocido de su pasado, lo que se considera el punto más elevado al que lo llevó el ciclo ascendente de la mitomanía: en 1992, ante una sala repleta de 500 personas, el joven Maciel presentó en la Feria del Libro de Buenos Aires Elogio de la utopía, una edición de conversaciones ficticias o copiadas con García Márquez, prologada por un texto de Eduardo Galeano que Galeano nunca escribió, con un prefacio a cada capítulo plagiado casi literalmente de un libro del sacerdote argentino Mamerto Menapace, a cuyos textos les había cambiado la palabra ‘Dios’ por ‘utopía’. 

Nahuel Maciel tiene 47 o 48 años, y hace más de diez que trabaja en Gualeguaychú, una ciudad entrerriana de 90.000 habitantes, en el límite con Uruguay, famosa en el país por sus carnavales. Un lunes de agosto de 2011 le pregunté si había nacido en Entre Ríos. Estábamos en su oficina, en la redacción del diario El Argentino, sin grabadores. “No –me dijo–, no sé, no sé”, y su mirada se tornó esquiva un instante. En otra vida llegó a tener varios documentos, dijo. En el de ahora, ha dicho, figura como Arquímedes Benjamín Maciel. Pero hace veinte años que firma las notas con el mismo nombre.
Nahuel Maciel, que no se llama Nahuel Maciel, no se cambió el nombre.
“El pasado te alcanza siempre”, me dijo esa tarde.
Nahuel Maciel no quiere que escriba sobre él.
“Estoy cansado, flaco”, me dijo.
“Me han matado”. 

El último que mató a Nahuel Maciel fue Eduardo Montes-Bradley, un polemista argentino que hace documentales, porteño por adopción, cuya perspectiva particular de la realidad nacional, en este caso, podría describirse como la mirada de un turista extranjero indignado: una señora pituca de Buenos Aires que acaba de volver al país después de unas largas vacaciones en Miami, y todo lo que ve a su alrededor le genera pánico moral y rechazo estético. Así es como suena. En 2004, Montes-Bradley leyó una nota sobre Maciel en la revista Noticias, ‘El gran simulador’, y se fue a Gualeguaychú con una cámara, a buscar una complicidad que no halló. “Habla el más exquisito embaucador del periodismo, tras años de anonimato. La increíble historia del hombre que inventó hasta un libro con García Márquez”, decía la presentación de la nota, y llevaba la firma de Emilio Fernández Cicco, periodista conocido por postular “una forma salvaje de hacer crónicas” (el “periodismo border”) basada en la experiencia directa. Era un diálogo telefónico grabado a distancia, redactado con la aparente pretensión de ocultar con sarcasmo una mirada superficial. 

—¿A vos te costó encontrarme? –pregunta Nahuel Maciel apenas se sienta en la mesa del bar. Es la primera vez que nos vemos. La pregunta es retórica–. ¿Viste? Después sale que estoy escondido. Que estoy en el anonimato: todas las semanas firmo mis notas con el mismo nombre. Trabajo en una empresa que cumplió 100 años. Cada vez que quise contar que estoy agradecido (porque había que tener huevos para tomarme entonces, cuando me tomaron en El Argentino), sale que estoy escondido.
—Pero yo no pondría esas cosas.
—Sí, todos dicen lo mismo. Te puedo hablar de la mala praxis con nombre y apellido. Te puedo hablar de la confianza, porque la perdí en mí mismo. Yo escribía algo y decía: “Pero ¿esto es mío o creo que es mío y lo leí?”. Tuve que laburar mucho la confianza en mí. Y después tenés que bancarte que cualquier boludo venga a cobrarte una factura, y vos ni lo conocés. ¿Y vos quién sos? 

Eduardo Montes-Bradley. Su ‘documental-ensayo’ El gran simulador, presentado en Uruguay como No a los papelones, se estrenó en Punta del Este en enero de 2007, en pleno conflicto argentino-uruguayo por la instalación de una inmensa fábrica de pasta de celulosa en Fray Bentos, frente a Gualeguaychú, del otro lado del río Uruguay. Montes-Bradley sale de Buenos Aires, maneja 226 kilómetros, llega a Gualeguaychú, se escandaliza porque ve carteles rotos en las calles, busca a Nahuel Maciel, se frustra por su modo de reconocer el pasado, busca polémica entre los ambientalistas, se escandaliza con la clase media entrerriana, se burla de sus argumentos contra la contaminación, busca a Nahuel Maciel, se frustra porque habla en serio de sí mismo, filma íconos religiosos en la ruta, y todo eso lo lleva a concluir que “la simulación y la impostación en este país son extraordinarias”, y que sus compatriotas son unos imbéciles, y todo eso lo escandaliza y lo frustra muchísimo. Uno no entiende por qué en las críticas del film se repiten tanto las palabras ‘provocador’ y ‘provocación’.

—Buscá ‘prestigio’ –dice Maciel, y me pasa uno de los libros marrones que forman una pila en su escritorio, al lado de la computadora. Es una edición vieja, en tomos, del diccionario de la Real Academia, con tapas semiduras y ribetes descoloridos por el uso, por el paso del tiempo.
—“Prestigio: del latín preaestigium… Engaño, ilusión o apariencia con que los prestigiadores emboban y embaucan al pueblo…”.
—¿Viste? Cuando te dicen que alguien es “un prestigioso periodista”, hay que tener cuidado con lo que están diciendo.
Me mira de reojo.
—Y este no es un diccionario que escribió Nahuel Maciel, eh.
Nahuel Maciel, que no se llama Nahuel Maciel, es un personaje trágico y un hombre feliz.

* * *

—A Paraná cayó a principios del 93. Nosotros hacíamos el semanario, pero ya estábamos con el proyecto del diario. Cayó con los libros que había publicado con El Cronista: se conoce el de García Márquez, pero tenía más, como cuatro o cinco. Vino a preguntar qué podía hacer. Y yo lo puse a capacitar gente.
Dice Daniel Enz, director del Semanario Análisis de Paraná y exdirector de Hora Cero, el diario donde Maciel empezó a trabajar cuando se fue de Buenos Aires.
—Justo me faltaba alguien que me ayudara a preparar gente para la redacción del Hora Cero. ¿Entendés? Entonces lo puse a hacer una especie de taller intensivo para varios, que fue lo que hizo durante tres o cuatro meses. Y lo hizo bien. Al loco le gusta enseñar. Además, Nahuel es bueno en eso: tiene mucha parla. 

“Me presentan un tipo morocho, de barba, flaquísimo, muy locuaz pero a la vez muy tímido, de gestos muy suaves, de palabras muy suaves y cuidadosas, muy caballero. Muy seductor: no solo con las mujeres sino con todo el mundo, incluso con los niños. Y de veras que tenía una impronta muy diferente a todos nosotros. Maciel era de una madera distinta. Pero a todo esto lo puedo ver ahora. Lo puedo leer ahora, después del paso del tiempo”, dice Marcela Canalis, y en realidad logra que su descripción tenga el destello de un trance, que es como recuerda esos años: con la consistencia de una atmósfera cálida, un poco alucinada, que no se diluye a pesar de los ruidos de la esquina más transitada de Paraná un lunes a mediodía. 

En 1993, Marcela Canalis regresó a vivir al Litoral argentino después de pasar ocho años en Buenos Aires, y Enz la convenció para que se sumara al proyecto de Hora Cero, donde terminó al frente de las producciones especiales. Canalis tenía experiencia en gestión cultural y en televisión, pero nunca había hecho gráfica. Esos primeros días le pidieron que ayudara a organizar los talleres que iba a dar Nahuel Maciel, un periodista recién llegado, que venía con credenciales de Le Monde. 

—Él mantenía una distancia con nosotros. Era un profesor, y realmente lo era. Asumió ese rol entonces, como luego asumió un montón de otros roles. En ese momento, cuando estaba en la cresta de la ola, él era el personaje que vos querías que él fuera. 

“¿Un indio mapuche que hace entrevistas por fax? El concepto no podía ser más fascinante. Tenía ese contraste que tanto nos seduce a los periodistas: esa mezcla del mundo primitivo y la hipercivilización”, escribiría después Mario Diament, exdirector de El Cronista, en una versión de la historia que publicó en 1996 en la revista Noticias. 

La primera vez que Maciel apareció en la redacción de El Cronista, cuenta Diament, fue a finales de 1991, una mañana que a la editora de El Cronista Cultural se le había caído su nota principal: “Se presentó como un indio mapuche que había escrito artículos para Le Monde de París y el National Geographic, algunas de cuyas fotocopias traía consigo para probarlo. Venía a ofrecer –dijo– una entrevista con Mario Vargas Llosa que había realizado vía fax, lo cual, para una editora que ve pulverizarse la nota principal del suplemento, caía como maná del cielo”.

El pasado mítico de Nahuel Maciel (su crianza o filiación indígena, su conexión con grandes figuras literarias y con medios gráficos internacionales) operó con la misma eficacia cuando apareció por primera vez en El Cronista, en Buenos Aires, y cuando llegó a Paraná, dos años después. En Entre Ríos, sin embargo, se reconoce como un plus, como una atenuante y un rasgo de genialidad a la vez, el hecho de que la prensa porteña haya sucumbido primero, tan voluntariamente, a la figura del descendiente de mapuches que hacía entrevistas por fax; el hecho de que Maciel hubiera penetrado tan limpiamente en las grandes estructuras de la capital, que se suponen más evolucionadas e inaccesibles. Una mirada igualmente improductiva para la realidad de Nahuel Maciel, que solo reconoce como motor íntimo la mezcla fatal de insatisfacción y locura que cargaba esos días. 

—Yo tuve mil oportunidades de zafar en el 92. Podría haber dicho: “Con esto demostré la mediocridad, primero, del mercado cultural argentino y, segundo, la debilidad del sistema, que cualquier cosa se publica”. Y quedaba como un capo. Primero me iban a hacer papilla nacional, pero después me convertía en un héroe: el caso va a la universidad y se estudia. Pero era mentira. Yo sabía que no era así. Aquello fue un error. ¿Cuál fue el error? No separar entre la fantasía y la realidad.
“Error involuntario”, dice Maciel, es una expresión redundante.
Y pone en marcha el auto.

* * *

En diciembre de 1995, Eduardo Galeano publicó una nota en el semanario uruguayo Brecha –‘Resignación’–, en la que narraba el hallazgo del prólogo que supuestamente había escrito para el libro de Maciel: se había topado con Elogio de la utopía por casualidad, en una biblioteca de Estados Unidos, tres años después de su publicación. Galeano, que nunca escribe prólogos, advertía al comienzo de este prólogo: “Es tarea y es propio de los maestros prologar las obras de sus discípulos, pero lo cierto es que no considero a este joven periodista como un discípulo, puesto que casi siempre es él quien me enseña”. En Argentina, los libros se habían quitado de circulación tiempo después de la presentación: fueron recuperados y quemados ante escribano público cuando el sacerdote Mamerto Menapace envió a los editores las pruebas del plagio.

En junio de 1996, a seis meses de la nota de Galeano, Mario Diament publicaba su versión del paso de Maciel por la redacción de El Cronista. Allí, en su texto ‘Inventando a Gabo’ decía lo siguiente sobre el libro que había derivado en la ruptura definitiva del idilio con Maciel: “No pude asistir a la presentación, pero pregunté al día siguiente cómo había salido todo, y si Galeano había estado presente, y todo el mundo me aseguró que sí”.

Los finales de las relaciones también tienen un mito de origen. Para Diament, por ejemplo, la relación con Maciel se comenzó a derrumbar con un muerto: Shmuel Yosef Agnón, escritor israelí que recibió el Nobel de Literatura en 1966, fallecido en 1970. Una tarde, escribe Diament, cuando Maciel ya se había convertido en colaborador permanente de El Cronista, Nahuel se le acercó en la redacción para preguntarle si le interesaba “una nota con el premio Nobel israelí I. S. Agnón”: 

—¿Él quiere hacerla? –le pregunté.
—Bueno, se puede intentar –me respondió, masticando su bigote como solía hacerlo–. Tengo buenos contactos.
—Tienen que ser muy buenos –le dije–, porque resulta que Agnón está muerto.
“Se quedó cortado un momento, y luego murmuró: ‘No lo sabía’”, cuenta.
Y también cuenta esto: que después de ese episodio, que había profundizado sus inquietudes, Maciel publicó en El Cronista una entrevista más, a Juan Carlos Onetti –que era conocido por su aversión a las entrevistas–, antes que “se impusiera una veda a la publicación de sus notas”.
—Yo siempre me peleo con los periodistas porteños: ninguno hizo nada para ver cómo lo sacaban adelante a Nahuel. Todos lo condenaban, pero ninguno hacía nada. Cuando yo cuento la historia, todo lo que hicimos con Nahuel y cómo se recuperó, los porteños no saben dónde meterse. Se meten la lengua en el ojete –dice Enz–. Y terminan pidiendo perdón. 

Hay tres cosas que cualquier periodista de Entre Ríos sabe sobre Daniel Enz: que su furor por el periodismo es ingobernable, que sus empresas han sido duras pagadoras, y que su reflejo de protección a quienes considera en situación de extrema debilidad es instintivo y está por fuera de todo cálculo. Para mayo de 1994, cuando comenzó a salir a la calle Hora Cero, el rango de Maciel en la estructura de la redacción había entrado en transición. “Lo puse al frente de un suplemento de la zona de La Paz (interior de Entre Ríos). Él coordinaba todo eso y hacía una contratapa. Ahí encontramos que su contratapa tenía similitudes con algunas notas de Soriano. Entonces yo empiezo a averiguar: ahí me entero”, dice Enz. 

Un llamado a un colega en Francia confirmó que Maciel no trabajaba para Le Monde, y tendió una soga de pólvora hasta Buenos Aires, donde estaba anudada a una bomba con su pasado reciente. Enz se asesoró, confrontó a Maciel con las pruebas, le ofreció ayuda profesional, y lo puso a producir en segundo plano, para que pudiera seguir escribiendo.

—Nahuel tiene una capacidad de producción como pocos. Puede escribir un suplemento de doce páginas por día, si quiere. Además, porque le vuela el mate. Y le encanta jugar así, al límite entre la verdad y la ficción –dice Enz, mientras su coche traquetea por calles de tierra, en las afueras de Paraná, antes de tomar la ruta hacia Gualeguaychú. 

“Él había caído en desgracia y yo necesitaba gente que escribiera. No podía escribir un suplemento por día los siete días de la semana: ni me interesaba ni era mi rol. Entonces me dieron a Nahuel. Hacíamos un suplemento que se llamaba Chau chau cocina, y a lo mejor, ponele, paralelamente, nos tocaba hacer uno sobre Evita. O sobre Perón. Y él escribía, desde textos sobre los funerales de Evita hasta unas notas espectaculares sobre vinos. Vos pensá que no se podía googlear. No era que él entraba a una computadora y se ponía a cortar y pegar. Él se sentaba en una máquina, te hacía la nota y te la traía, escrita magistralmente”, recuerda Canalis.

* * *

“Google es el oráculo de los mediocres”, me dice Nahuel Maciel otro lunes, frente al mismo río.
Es la segunda vez que nos vemos. Maciel no ha cambiado su opinión respecto de la nota. No le interesa hablar del pasado. “No es una película –dice–, yo al principio pensé que era una película, pero esto no tiene final feliz”. 

Le digo que su presente parece contradecirlo. Que se lo ve entero. Que parece feliz.

—Claro, yo soy muy feliz. ¿Para qué tener una charla, entonces? ¿Para qué pelearme con un sentimiento, si después sale publicada cualquier cosa? Tengo una actitud que es reparadora: hacer lo que tengo que hacer, de la mejor manera posible, sabiendo que no tengo margen para el más puto error. Vos podés escribir una crónica y olvidarte una cita, y no pasa nada. Yo no puedo. ¿Entendés? No tengo derecho al olvido.

“Hay cosas con las que no podría convivir; con eso puedo convivir. No sé si está bien o está mal: a mí me joden otras cosas. Pero yo vi un veneno terrible. Cuando llegaron detalles de la situación de él, hubo gente que hizo causa común. Gente que decía: ‘Nos estafó a todos’. Y yo decía: ‘¿Pero desde qué lado…?’”, recuerda Alfredo Ibarrola una mañana de septiembre de 2011, tres meses antes de ser nombrado secretario de Cultura de Paraná por su extensísima experiencia en el área. Ahora, en la vieja estación de trenes donde funciona su oficina, Ibarrola regresa a esa época, hace diecisiete años, en la que lidiaba con su separación, con la muerte de su padre y con la distribución del diario Hora Cero. Durante algunos meses, Ibarrola alojó a Maciel en una casita que había alquilado en calle Misiones, en Paraná. Ambos compartieron, simultáneamente, el hogar y la intemperie: los dos asistían entonces al derrumbe de lo que habían sido sus vidas hasta hace muy poco. Ibarrola disfrutaba de estar con Maciel, cuenta, de su humor ácido y de su conversación, y no hacía demasiadas preguntas. Tenía suficiente con sus propios demonios.

—Yo estaba tratando de no caer en la depresión, mis hijos me daban mucha mano y Nahuel fue uno de los tipos que estuvieron ahí, que se quedaron cerca. Después en un momento tomó su rumbo. Cuando termina Hora Cero, él se va a Concepción del Uruguay. Ahí conoce a su actual mujer, tuvo un hijo, tuvo una hijita. Cuando retomé el contacto, ya estaba en Gualeguaychú hace varios años. Lo vi estabilizado como persona, ya fuera del personaje. Lo que pasa es que yo también veía que había cosas que lo perseguían y que lo van a seguir persiguiendo de por vida.

Me digo que es una exageración: que los periodistas que llegan a Maciel buscando a ese impostor fabuloso, y lo reconstruyen tal como necesitan que sea y no como es, no son enviados por los dioses del olimpo periodístico a comerle el hígado, como castigo, cada vez que le crece uno nuevo. Que haber desafiado –desconocido, burlado, actuado como si no existieran– los códigos de un sistema que se propone representar ‘la realidad’, no es lo mismo que revelar el secreto del fuego. Que es un despropósito hablar de Prometeo, o de su análogo Loki, ese personaje camaleónico de la mitología nórdica, de maldad atenuada, que se mezcló libremente con los dioses, los estafó, y fue castigado. Pero uno a veces necesita recurrir a los mitos, para que el propio relato no se convierta en uno. Porque hay una lógica de fábula que persiste en esta historia si evadimos la comodidad del maniqueísmo: Nahuel Maciel, haya sido o no su voluntad, terminó revelando que ese olimpo también estaba construido de palabras y de creencias, que esas proezas y esas jerarquías también eran obra de unos hombres y de sus ambiciones. Que también se cree porque se quiere creer.

—Nahuel nos marcó a todos, porque interactuó con todos. Era tan Zelig, que con cada uno se relacionaba desde otro lugar. Era un poco la exacerbación del personaje de cada uno. Los varones grandes, por ejemplo, lo tenían allá, a la distancia. Creo que les puso un espejo a todos. El espejo de la propia invención que uno hace de uno mismo, ¿no? Todos hacemos un personaje. Y si no tenés eso más o menos claro… Cuando te ponen frente a ese espejo, sobre todo a los varones, a los machos alfa de la redacción, les provocaba un pánico, un terror. 

Canalis tantea su atado de cigarrillos de arriba de la mesa. Saca uno. Lo enciende. Exhala.

—Me parece que lo que pasó fue eso: que fue un espejo para todos. Y los que estábamos más o menos bien de la cabeza, o peor, pudimos no asustarnos con ese espejo –dice, y se queda unos segundos en silencio. Alrededor hay menos ruido. Son casi las 14:00.
En Paraná, la agitación de mediodía cede lugar a la siesta.



martes, 17 de abril de 2012

¿Qué es el puercoespín?, por Gabriel Pasquini

Una experiencia muy interesante para los alumnos que muchas veces nos plantean que no quieren -y mucho menos sueñan- con trabajar en un medio. El sueño del medio propio hecho realidad por una pareja de talentosos periodistas y escritores. Comparto un texto valioso del sitio http://www.elpuercoespin.com.ar

Muchas veces, en el comienzo, nos vimos ante la dificultad de responder a la imposible pregunta: ¿qué es el puercoespín? ¿Qué es este medio extraño, hecho sin capital ni fórmulas previas? Creo que, después de dos años de lidiar con el asunto, nos acercamos a algunas definiciones. No para lanzar proclamas o firmar manifiestos. Más bien para iniciar un diálogo sobre lo que ha sido, es y puede ser –un diálogo que acaba de comenzar,  por iniciativa de un par de colegas que nos han traído de nuevo la pregunta: ¿qué es el puercoespín? Y si bien aquí intento dar una respuesta, no se trata más que de una versión posible; incluso, una versión interesada. La auténtica respuesta debería ser, quisiera que fuera, un mosaico compuesto por todas las versiones de quienes usan, siguen, hacen y se interesan por este medio. Entonces, estas palabras que siguen no son tanto una sentencia final, sino una invitación a que todos aquellos que así lo deseen escriban debajo aquello que consideran que el puercoespín es para ellos. GP.

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Me declaro lectora fiel de elPuercoespín, una revista digital que nació en 2010 y que fue creada por  los periodistas argentinos Graciela Mochkofsky y Gabriel Pasquini. Es un sitio de historias que con el talento y perseverancia de Graciela y Gabriel ha logrado reunir un número amplio de colaboradores voluntarios que nos da buen periodismo, ese periodismo que a veces se extraña en los medios tradicionales.

“Cuatro profesionales han sido editores del sitio en forma parcial. Otros ayudaron y ayudan con tareas específicas: traducciones de diversos idiomas, sugerencias de temas, etc. Luego, por supuesto, están todos los autores que han producido posts especialmente para el sitio o nos han cedido los derechos sobre su trabajo: en general, se trata de gente con la que mantenemos relación, que son activos en colaborar con nosotros. Otro amigo ha ayudado y ayuda en la resolución de problemas técnicos. Dos diseñadores nos regalaron el logo del puercoespín. Y podría seguir y seguir, porque nuestra idea es exactamente esa: que el puercoespín sea obra de una comunidad que se intercambia ideas, noticias, entusiasmos, asombros”, cuenta Gabriel Pasquini (foto), director del sitio.

¿Cómo nace el puercoespín y cómo se mantiene?
-El puercoespín nació de una combinación de cosas, como suele ocurrir. Desde que dejamos el trabajo diario en los medios tradicionales de la Argentina, hace una década, Graciela Mochkofsky y yo siempre deliberamos sobre la posiblidad de hacer un proyecto propio. Hace diez años, nuestra primera opción era el papel, donde habíamos hecho nuestra carrera durante muchos años, pero requería una enorme inversión y aquellos interesados en poner el dinero traían sus propias agendas, que, sabíamos, acabarían por condicionar la posibilidad de informar como creíamos que debía hacerse: sin compromisos con proyectos políticos o intereses económicas que distorsionaran el trabajo. Esta había sido una de las razones por las que habíamos dejado los grandes medios.Así llegamos a Internet, como otros periodistas “tradicionales”: porque era una posibilidad de hacer un medio con mucho menos dinero. En parte por eso y en parte porque  en esos años todavía no había un gran desarrollo del uso de la red en la Argentina y en América Latina (todavía no había explotado la web 2.0), tendíamos a pensar Internet como un mero soporte alternativo para hacer exactamente lo mismo que habíamos hecho  hasta entonces -lo que, a su vez, requería dinero (menos, pero bastante), etc-. Luego, ocurrieron dos cosas. La primera es que pasamos un año en Harvard, entre 2008 y 2009, y pudimos vivir de primera mano la crisis de los medios en los Estados Unidos y las nuevas experiencias que se realizaban. Volvimos convencidos de que se abría una nueva era. La segunda fue trágica: mientras deliberábamos sobre cómo hacerlo, murió mi padre, periodista durante medio siglo en este país. Él fue uno de los que, sin dudar, me dijo que debía hacerlo. De modo que, en un arranque de energía, después de una década de disquisiciones, montamos todo en diez días y lanzamos el puercoespín el 24 de marzo de 2010.Todavía se mantiene por ese impulso.

Los periodistas pueden crear su propio espacio para hacer el periodismo que a los medios ha dejado de interesar. Sientes que ese espacio lo está llenando el puercospín.
-Sí, y no sólo lo creo yo, que obviamente quiero creerlo: lo creen -o así dicen- también aquellos que siguen y participan en el puercoespín, entre los que hay muchos periodistas. En el caso de la Argentina, el periodismo ha sufrido un terrible bajón de calidad. Por una combinación de factores (la crisis histórica de los medios y sus consecuencias múltiples, los enfrentamientos políticos, etc), se han perdido ciertos estándares mínimos de profesionalidad y la credibilidad de la prensa está en cuestión. Hoy en día nadie está muy seguro de si lo que lee o escucha en los medios en la Argentina tiene algún atisbo de verdad. Esta coyuntura desgraciada ha reforzado mucho nuestra propuesta (la gente nos dice que agradece que alguien levante el estándar de calidad). Más allá de esto, adentro y afuera de la Argentina, creo que quienes siguen y participan en el puercoespín se sienten atraídos por una mirada distinta, que no encuentran en otros medios. Nosotros intentamos buscar historias que vayan más allá de la noticia diaria o incluso de la crónica bien escrita pero efímera o banal: buscamos aquellas historias -escritas, fotografiadas, grabadas o filmadas- en las que un antropólogo o un historiador del futuro podrían encontrar algunas claves sobre nuestra época. Es ambicioso, pero ¡al menos nos da una meta que vale la pena!

Se habla mucho de la crisis del periodismo. Y suelen hablar los que ya dejaron de hacer periodismo día a día. ¿Cómo ves el futuro de los medios? ¿Crees que es el tiempo de los pequeños medios independientes?
-Sí, creo que es así y que será necesariamente así, por razones económicas, políticas y culturales. Pero me parece que todavía falta mucho por recorrer. En primer lugar, los grandes medios tradicionales no desaparecerán de un día al otro. No es así ni siquiera en los países donde el desarrollo de Internet es abrumador, como los Estados Unidos. Y no puede serlo, porque un cambio semejante no depende sólo de un desarrollo tecnológico. Los medios son estructuras económicas, políticas y culturales definidas por una serie de relaciones sociales complejas, y también centros de poder que, como todo poder, no se cede porque sí. Esto, en América Latina, es aún más nítido, porque aquí, en muchos casos, los medios no siguen una lógica de mercado. Cuando se discute sobre esto en los Estados Unidos se dice que el “modelo de negocios” ya no funciona, que es imposible hacer rentable un medio tradicional como se hacía antes. Pero ¿cuál es el modelo de negocios de un gran medio latinoamericano? En muchos casos, no depende sólo de la oferta y la demanda, porque el “mercado” no funciona como en las teorías liberales. Los avisadores, el crédito, la posibilidad misma de existencia de un medio, están condicionados por interferencias estatales y monopolios privados. En Buenos Aires, por ejemplo, tenemos en este momento casi una quincena de diarios que salen todos los días. Si uno lo piensa sólo en términos de oferta y demanda, es imposible -algunos venden muy, muy poco. Pero luego resulta que hay otras fuentes de financiamiento, otras formas de sobrevivir… En otras palabras, están cumpliendo otras funciones (políticas o económicas) que las de ser meros informadores. Esa realidad no cambiará pronto, porque la necesidad del establishment político y económico de contar con esos medios no desaparecerá de pronto.

En segundo lugar, creo que aquellos que no han tenido entrenamiento periodístico de algún tipo todavía tienen que aprender a utilizar con más provecho los recursos de Internet. Quiero decir: esta es la era de lo que antes se llamaba “la audiencia” o “el público”. Ellos serán (seremos), cada vez más, productores y distribuidores de información. Pero aquí también hace falta una experiencia histórica que llevará tiempo.

Por último, creo que algunos de los mejores en mi generación de periodistas en América Latina, aquellos que están entre los cuarenta y los cincuenta años, están explorando las posibilidades de Internet como una alternativa salvadora, cuando llegaron a un momento de su carrera en que las opciones tradicionales ya les resultaban insuficientes o francamente insoportables. Ese es el principal impulso para estos pequeños medios independientes: esa gente, su talento, sus deseos de hacer cosas, y el deseo equivalente de comunidades de consumidores-circuladores de información que también desean que las cosas cambien y que son los socios de estas aventuras.

Pero nadie sabe cómo hacer para financiar estos sitios. A mí me preguntan cómo pago el café. ¿Cómo se financia el sitio que diriges?
-Con trabajo voluntario, algunos avisos, algún subsidio -en ese orden. Lo pondría así: si tuviéramos que vivir del puercoespín, el primer año hubiéramos podido pagarnos el sueldo de un mes, el segundo año el sueldo de tres meses. Estamos en el tercer año y confiamos en que la progresión continúe… Buscamos más alternativas: en mayo, Editorial Planeta publicará una antología de textos del puercoespín, haremos conferencias y ciclos de charlas, etc. Todo eso reportará algún ingreso. Por ahora, no pagamos por el contenido: quienes colaboran con nosotros lo hacen sin esperar retribución. Pero yo lo veo como una inversión. Recuerdo que cuando iba a hablar con posibles financistas para crear un medio “tradicional” de papel, siempre les decía que debían esperar al menos dos años –cuando no tres– antes de llegar a un equilibrio entre la inversión y los ingresos. Creo que en el caso de estos medios, creados con ningún capital, la fórmula es parecida: hay que invertir los primeros años a pérdida –si uno no tiene dinero, debe invertir su trabajo, su tiempo, su poco o mucho talento, etc.– y apostar a que aquello que uno hace es necesario y acabará por ganar su lugar. Pero el futuro no está garantizado para nadie.

¿Qué opinión tienes de la agregaduría de contenidos? El debate está abierto y hay crítica de todo calibre. Ustedes comparten mucho contenido de otros, pero respetando el crédito. Sin embargo, no habrá el que se moleste. ¿Cómo lo manejan?
-En efecto, es un tema cada vez más espinoso, desde que las grandes empresas que producen contenido (los medios, Hollywood, la industria editorial, la industria de la música, etc, etc) pasaron, como muchas otras, de su fascinación por lo que creían que era un gran mecanismo barato de promoción mundial a la comprensión de que estaban ante, no meramente un competidor, sino la posibilidad de que su existencia misma se pusiera en entredicho. Tras ese impresionante operativo político-publicitario del FBI contra Megaupload, estamos en un momento de retracción y ahora parece que el copyright vuelve con fuerza. Los medios, a su vez, comienzan a explorar la posibilidad de cobrar por su contenido en Internet mediante suscripciones, etc. Creo que es una etapa: necesariamente la presión social irá siempre empujando hacia la circulación libre de los contenidos. Por supuesto, esto crea el problema de la ecuación económica (quién pagará para producirlos), pero me temo que conviviremos con esa contradicción durante largo tiempo.

En nuestro caso, nosotros utilizamos distintas alternativas. Por supuesto damos el crédito de los materiales siempre que podemos obtenerlo (en general, por razones de control de calidad, es difícil que publiquemos algo que no sabemos de dónde sale). En segundo lugar, si publicamos un artículo de un autor determinado le pedimos permiso o lo ha escrito o producido especialmente para nosotros. Por último, hacemos agregación de dos modos. Uno, tradicional: artículos que encontramos en los grandes medios o en otros más pequeños (solemos pedir permiso a los medios que podrían ser considerados nuestra “competencia”), como se suele hacer en las redes sociales, y creo que en el fondo lo agradecen, ya que al poner el link uno les lleva tráfico a sus sitios. El otro es hacer un collage sobre un tema. Por ejemplo, Internet en China: lo que hacemos es seleccionar fragmentos de artículos o posts o videos o grabaciones o fotografías y reunirlos en un solo post con un sentido (por ejemplo, un fragmento de una historia sobre las cacerías humanas vía Internet, un pequeño texto sobre los campamentos de reeducación para adictos a juegos online, un posts de un blog de un argentino que llegó a Hong Kong y no puede usar Facebook, la crónica de una guerra de hackers entre China y Corea). Es un trabajo de edición nuestro, una “intervención” como se dice tanto ahora, sobre material ajeno, cuyo origen aclaramos puntillosamente en cada caso. La idea del collage es convertir en género lo que el típico navegante de Internet hace todos los días: leer un post o una referencia, saltar a otra similar, de allí a un video, de allí a wikipedia, etc, etc.

¿El diario de papel tiene futuro? ¿Cómpras todos los días un diario o Internet es el quiosco digital soñado?
-Como decía antes, los diarios de papel todavía vivirán un tiempo con nosotros. Creo que, a la larga, serán reemplazados, sea por los lectores como Kindle o I Pad -y serán aún mejores en el futuro-, sea por el papel digital o similar que desarrollan en Corea. He sido periodista casi treinta años, veinte de ellos en diarios, revistas y agencias de noticias, y soy escritor de libros, de ficción y no ficción. Pero debo confesar que no extraño el papel. Por el contrario: ahora me resulta limitado. Comencé a trabajar cuando las noticias se transmitían por teletipo o por teléfonos rudimentarios. En la Argentina, era un desafío encontrar un teléfono público y más aún que funcionara, y había que tener siempre cospeles en el bolsillo, correr al tubo, componer en el aire el boletín urgente y dictarlo a alguien que lo tomaban del otro lado. En mi primer cobertura en la calle, el incendio de un aliscafo en el Río de La Plata, transmitía a la agencia por un walkie talkie en el que tenía que gritar y acabar siempre en un “¡cambio!”, como en las películas. Había que recurrir a archivos de papel que generalmente eran incompletos, por lo que uno terminaba apelando a la memoria, propia o ajena. En 1999, fui a cubrir la guerra de Kosovo con un pequeño celular y una laptop. Recuerdo andar por Belgrado de noche, cuando habían caído las bombas, y hablar desde un auto con el secretario de Redacción, que también era de otra época. Ahora son obviedades, pero entonces parecía fantástico, no podíamos creerlo. Creo que cualquiera que haya vivido el cambio tiene que abrazarlo, festejarlo y saltar de alegría cada día. Sí, Internet es el quiosco, la biblioteca, la videoteca, la televisión y la discoteca soñadas. Por supuesto, sigue siendo una experiencia especial el contacto con los otros soportes: el libro de papel, el cuadro y sus texturas. Pero ahora son eso: experiencias especiales a disfrutar, no medios prácticos de acceder a un contenido.

¿Las redes sociales han servido para posicionar el sitio?
-Han sido esenciales. Sin ellas, el puercoespín no habría existido. Allí desarrollamos nuestra comunidad, primero en Facebook y cada vez más en Twitter. Hay gente que me dice: “ah, leo tu revista cada vez que entro a Facebook”. Muchos tienen esa relación con el puercoespín: entran por la página de la revista en Facebook, o por nuestras páginas personales, al contenido, en lugar de tipear elpuercoespin.com.ar Bienvenidos sean.
Se puede leer la versión original de esta entrevista aquí, en el excelente sitio clasesdeperiodismo.com, referencia para el periodismo online en América Latina.

lunes, 16 de abril de 2012

Gabriel García Márquez: "Cómo comencé a escribir"

Primero que todo, perdóneme que hable sentado, pero la verdad es que si me levanto corro el riesgo de caerme de miedo. De veras. Yo siempre creí que los cinco minutos más terribles de mi vida me tocaría pasarlos en un avión y delante de 20 a 30 personas, no delante de 200 amigos como ahora. Afortunadamente, lo que me sucede en este momento me permite empezar a hablar de mi literatura, ya que estaba pensando que yo comencé a ser escritor en la misma forma que me subí a este estrado: a la fuerza. Confieso que hice todo lo posible por no asistir a esta asamblea: traté de enfermarme, busqué que me diera una pulmonía, fui a donde el peluquero con la esperanza de que me degollara y, por último, se me ocurrió la idea de venir sin saco y sin corbata para que no me permitieran entrar en una reunión tan formal como esta, pero olvidaba que estaba en Venezuela, en donde a todas partes se puede ir en camisa. Resultado: que aquí estoy y no sé por dónde empezar. Pero les puedo contar, por ejemplo, cómo comencé a escribir.

A mí nunca se me había ocurrido que pudiera ser escritor pero, en mis tiempos de estudiante, Eduardo Zalamea Borda, director del suplemento literario de El Espectador de Bogotá, publicó una nota donde decía que las nuevas generaciones de escritores no ofrecían nada, que no se veía por ninguna parte un nuevo cuentista ni un nuevo novelista. Y concluía afirmando que a él se le reprochaba porque en su periódico no publicaba sino firmas muy conocidas de escritores viejos, y nada de jóvenes en cambio, cuando la verdad —dijo— es que no hay jóvenes que escriban.

A mí me salió entonces un sentimiento de solidaridad para con mis compañeros de generación y resolví escribir un cuento, no más por taparle la boca a Eduardo Zalamea Borda, que era mi gran amigo, o al menos que después llegó a ser mi gran amigo. Me senté y escribí el cuento, lo mandé a El Espectador. El segundo susto lo obtuve el domingo siguiente cuando abrí el periódico y a toda página estaba mi cuento con una nota donde Eduardo Zalamea Borda reconocía que se había equivocado, porque evidentemente con “ese cuento surgía el genio de la literatura colombiana” o algo parecido.

Esta vez sí que me enfermé y me dije: ¡En qué lío me he metido!” ¿Y ahora qué hago para no hacer quedar mal a Eduardo Zalamea Borda?” Seguir escribiendo, era la respuesta. Siempre tenía frente a mí el problema de los temas: estaba obligado a buscarme el cuento para poderlo escribir.

Y esto me permite decirles una cosa que compruebo ahora, después de haber publicado cinco libros: el oficio de escritor es tal vez el único que se hace más difícil a medida que más se practica. La facilidad con que yo me senté a escribir aquel cuento una tarde no puede compararse con el trabajo que me cuesta ahora escribir una página. En cuanto a mi método de trabajo, es bastante coherente con esto que les estoy diciendo. Nunca sé cuánto voy a poder escribir ni qué voy a escribir. Espero que se me ocurra algo y, cuando se me ocurre una idea que juzgo buena para escribirla, me pongo a darle vueltas en la cabeza y dejo que se vaya madurando. Cuando la tenga terminada (y a veces pasan muchos años, como en el caso de Cien años de soledad que pasé diez y nueve años pensándola), cuando la tengo terminada repito, entonces me siento a escribirla y ahí empieza la parte más difícil y la que más me aburre. Porque lo más delicioso de la historia es concebirla, irla redondeando, dándole vueltas y revueltas, de manera que a la hora de sentarse a escribirla ya no le interesa a uno mucho, o al menos a mí no me interesa mucho.

Les voy a contar, por ejemplo, la idea que me está dando vueltas en la cabeza hace ya varios años y sospecho que la tengo ya bastante redonda. Se las cuento ahora, porque seguramente cuando la escriba, no sé cuando, ustedes la van a encontrar completamente distinta y podrán observar en qué forma evolucionó. Imagínense un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija menor de 14. Está sirviéndoles el desayuno a sus hijos y se le advierte una expresión muy preocupada. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella responde: No sé, pero he amanecido con el pensamiento de que algo muy grave va a suceder en este pueblo”.

Ellos se ríen de ella, dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el adversario le dice: “Te apuesto un peso a que no la haces”. Todos se ríen, él se ríe, tira la carambola y no la hace. Pago un peso y le pregunta: ¿Pero qué pasó, si era una carambola tan sencilla? Dice: “Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi mamá esta mañana sobre algo grave que va a suceder en este pueblo”. Todos se ríen de él y el que se ha ganado el peso regresa a su casa, donde está su mamá y una prima o una nieta o en fin, cualquier parienta. Feliz con su peso dice: “Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla, porque es un tonto”. “¿Y por qué es un tonto?”. Dice: “Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado por la preocupación de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo”.
 
Entonces le dice la mamá: “No te burles de los presentimientos de los viejos, porque a veces salen”. La parienta lo oye y va a comprar carne. Ella dice al carnicero: “véndame una libra de carne” y, en el momento en que está cortando, agrega: “Mejor véndame dos porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado”. El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice: “Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se está preparando, y andan comprando cosas”.

Entonces la vieja responde: “Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras”. Se lleva cuatro libras y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo en el pueblo está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice: “Se han dado cuenta del calor que está haciendo?”. “Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor”. Tanto calor que es un pueblo donde todos los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos. “Sin embargo —dice uno— nunca a esta hora ha hecho tanto calor”, “sí, pero no tanto calor como ahora”. Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un parajito y se corre la voz: “hay un pajarito en la plaza”. Y viene todo el mundo espantado a ver el pajarito.

“Pero, señores, siempre ha habido pajaritos que bajan”. “Sí, pero nunca a esta hora”. Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo. “Yo sí soy muy macho —grita uno— yo me voy”. Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen: “Si este se atreve a irse, pues nosotros también nos vamos”, y empiezan a desmantelar literalmente al pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo. Y uno de los últimos que abandona el pueblo dice: “Que no venga la desgracia a caer sobre todo lo que queda de nuestra casa” y entonces incendia la casa y otros incendian otras casas. Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio clamando: “Yo lo dije, que algo muy grave iba a pasar y me dijeron que estaba loca”.

*Discurso pronunciado el 3 de mayo de 1970 en Caracas, Venezuela. Fragmento extraído de "Yo no vengo a decir un discurso", Sudamericana, 1° edición 2010.

viernes, 13 de abril de 2012

¿Cómo se cocinan las grandes investigaciones periodísticas?


El miércoles 25 de abril a las 16:30 horas, en el marco de la nueva edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, la Fundación TEM y el Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) organizan la mesa redonda ¿Cómo se cocinan las grandes investigaciones periodísticas?, que inaugura un ciclo de charlas sobre los distintos aspectos a considerar al momento de encarar una investigación periodística. En la mesa participarán los periodistas Gonzalo Sánchez, Josefina Licitra (foto), Daniel Enz y Graciela Mochkofsky, moderará Daniel Santoro. La charla tendrá lugar en la sala Roberto Arlt, dentro del predio de La Rural, ubicado en Avenida Santa Fe 4201. ¿Cómo se cocinan las grandes investigaciones periodísticas? continuará a lo largo del 2012 en la sede de la Fundación Tomás Eloy Martínez -Carlos Calvo 4319-, en cada sesión habrá tres periodistas y un moderador que dialogarán sobre las metodologías, las problemáticas y los principales hechos que conciernen al trabajo de la investigación. http://blog.fundaciontem.org/2012/04/como-se-cocinan-las-grandes.html?spref=fb&fb_source=message

Gabriel García Márquez afirmaba que "la investigación no es una especialidad del oficio, sino que todo periodismo tiene que ser investigativo por definición". Tomás Eloy Martínez, por su parte, relacionó el trabajo minucioso del periodista en su afán de reconstruir los hechos con la labor del detective de la novela negra policial: “La investigación periodística tiene las mismas exigencias que la resolución de un enigma policial, comienza con un delito cuya solución encaran seres sin otras armas que la tenacidad y la inteligencia”.

A continuación, le preguntamos a Josefina Licitra, Graciela Mochkofsky, Gonzalo Sánchez y Daniel Enz sobre los rasgos distintivos que posee una investigación.

¿Cuáles son los tres puntos fundamentales para tener en cuenta en una investigación?

Josefina Licitra: Primero, hay que tener distancia. No hay que olvidar que todas las versiones de un hecho son eso: versiones. Miradas interesadas sobre el asunto. No compremos nada. No nos hagamos amigos de nadie. Siempre está el peligro de transformarse en vocero, y es ése el peligro que hay que desactivar. En segundo lugar,. hay que tener paciencia. Las cosas no suelen pasar a la velocidad que el periodista necesita. Las cosas pasan. Hay que saber esperarlas, de lo contrario es como con la comida: si subís el fuego no se hace más rápido, sólo se quema. Y en tercer lugar, no hay que aburrir. La mejor investigación puede caer en el peor de los olvidos si está mal escrita. Escribir bien no es una opción: es obligatorio.

Daniel Enz: Rigurosidad, contundencia y que sea una clara denuncia contra el poder. Uno sabe que queda expuesto a una embestida judicial, por lo cual no se pueden cometer errores. Debe ser un tema que atrape de inmediato a la opinión pública y que ponga al descubierto las maniobras de algún integrante del poder político, judicial, gremial o empresarial.

Graciela Mochkofsky: Arbitrariamente, nombraría tres elementos imprescindibles para una investigación exitosa: el acceso al material y las fuentes de información, el rigor del investigador y su perseverancia.

Gonzalo Sánchez: Lo primero que hay que tener es un dato concreto sobre algo no dicho. Tener el radar interno encendido para captar alguna información que anda dando vueltas. Ahí es donde radica el primer sentido periodístico. En segundo lugar, desconfiar de todo eso; es decir, abrir todos los interrogantes posibles alrededor de ese dato que inaugura la investigación. Sólo construyendo preguntas sobre un escenario determinado podemos llegar a una verdad superior. En tercer lugar, tener tenacidad y paciencia porque una investigación periodística requiere de mucho esfuerzo y sacrificio.

-¿Qué problemas se encuentran comúnmente al emprender una investigación periodística?

GM: Depende de la investigación, por supuesto; los problemas no son siempre los mismos. Pero el principal problema suele ser el acceso -esto es, encontrarnos con personas que no nos quieren hablar o no poder ubicar a una persona con la que necesitamos hablar-. También está el problema de correr contra el tiempo, muy habitual en el ejercicio del periodismo, lo que a veces no nos permite reflexionar lo suficiente o profundizar lo suficiente. Otro problema es la memoria de nuestras fuentes, porque es un material frágil y tramposo. En Argentina, un problema adicional, cuando se investiga al poder político, es la ausencia de una tradición de registro de los funcionarios públicos -casi no hay diarios, libretas de notas, o memorias de presidentes, por ejemplo- y la mala o nula conservación de documentos públicos.

DE: Muchas veces existen demasiadas trabas para llegar a determinada documentación. en otras instancias hay miedo de la gente que sabe y puede contar lo que sucede. A ello se pueden sumar las presiones hacia el periodista que realiza la investigación o hacia el medio de comunicación, cuando los denunciados se enteran sobre lo que se está trabajando. A ello se debe agregar que enla mayoría de los casos de quienes estamos en el interior del país, son trabajos solitarios; no existen los equipos para coordinar tarea y termina siendo una tarea muy a pulmón, porque tampoco existe presupuesto para desarrollar esta idea.

GS: Cuando uno desea revelar algo no dicho, la naturaleza propia de eso que uno quiere contar está resguardada y es de difícil acceso. Poder entrar en esa historia consiste en romper con todo eso que lo mantiene oculto y en secreto. Otro factor importante es el del cuerpo: uno necesita movilizarse hasta el lugar de la historia, perder días de ocio. La historia que uno quiere contar siempre se impone con sus tiempos.

JL: El mayor problema es que las cosas nunca son como uno esperaba. Si hacés un buen trabajo, la hipótesis de partida raramente se confirma y te ves obligado a destejer tus prejuicios y ver qué hacés con lo que te queda en la mano. Ese problema, a su vez, es absolutamente saludable. Es la condición imprescindible de cualquier trabajo honesto.

-¿Qué elementos dentro de una investigación nos permiten suponer que esa investigación "vale la pena ser contada"?

DE: La credibilidad de la historia; la relación que tiene el hecho con el ámbito del medio donde uno trabaja el tema y la cantidad de elementos con los que se pueden contar, desde protagonistas o testigos, hasta la documentación que avale la investigación.

JL: Para que valga la pena nos tiene que conmover, tiene que ir más allá de la anécdota (y servir para contar una época, un territorio, o lo que fuere que contacte con la condición humana) y tiene que tener buenos personajes que encarnen la historia.

GM: Que no haya sido contada antes. Que el resultado de la investigación arrojará nueva luz sobre un tema importante para el debate público.

GS: Tiene que ver con la intuición personal. Uno intuye que hay algo potente en esa historia. Eso es algo difícil de explicar, pero hay historias que tienen la fuerza de lo no dicho.