"Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias", Ryszard Kapuscinski

miércoles, 14 de noviembre de 2012

8N: la revolución libertadora




Por Guadalupe Reboredo
Alumna del Taller de PDI

- ¿A quién va a poner? ¿Al hijo? Ya está, esto se va a terminar en el 2015, o antes- afirma un señor con anteojos, casi calvo y con lunares en la cabeza.

- A Scioli – le contesta en voz baja una mujer que camina a su lado.

- No, ¿cómo a Scioli? Están peleados – le contesta el hombre al tiempo que frunce el ceño y eleva la voz, y mira a su alrededor buscando seguir la charla.
 La pareja que camina a la par, ambos con canas en la cabeza, tratan de explicarle a la mujer que “el kirchnerismo está partido”.

- Scioli está con Macri, nada que ver con la Presidenta; es un tipo coherente – la corrige el hombre que no había hablado antes, y su esposa se aferra a su brazo en señal de aprobación, mientras asiente con la cabeza.

Se van de la plaza cruzando calle 14. Probablemente hayan salido de sus casas a las ocho, horario en que, a nivel nacional, los denominados autoconvocados se agrupaban. Pero ya son las nueve de la noche y, en Argentina, es hora de cenar para los que pueden cenar.

De todos modos,  en Plaza Moreno, los vecinos de La Plata se siguen congregando. El foco de la movilización se halla en los jardines delanteros de la Municipalidad, donde se encuentran dos camionetas de televisión que vienen cubriendo la protesta desde 7 y 50, esquina donde los platenses acostumbran festejar los resultados de los partidos de fútbol, y aunque esta jornada nada tiene que ver con Estudiantes y Gimnasia, también se respira euforia. Los vehículos iluminan a un grupo de veinteañeros que decoran el escenario con la energía propia de la juventud. Saltan, hacen pogo, saludan a las cámaras y soportan el calor que emanan los reflectores. En el centro de la ronda, un cartel muestra el rostro de Cristina Kirchner con la leyenda “Game Over”, típica de los juegos de computadora que, gracias a la globalización, se encargan de elevar el inglés por sobre los idiomas locales.

- Estamos cansados de la soberbia- me explica un hombre de treinta y siete años que no salta ni canta pero mira a los jóvenes con orgullo- Acá si pensás distinto sos gorila o golpista. Hoy salimos a la calle para que la Presidenta sepa que no le tenemos miedo, y que queremos ser escuchados.

Terminado su discurso, el hombre levanta una pancarta rectangular de alrededor de un metro por sesenta centímetros. Exhibe la consigna “libertad de expresión” con letras que, por su trazo, sería imposible distinguir de lejos. Está plastificado, al igual que otros carteles que se hallan repartidos en diferentes puntos de la plaza, todos de aproximadamente un metro por sesenta, con una caligrafía que pareciera pertenecer a la misma persona, en la marcha que, a esa hora, TN clasifica como “espontánea”.

A cinco pasos del hombre, una mujer con corte garzón, la piel fresca y musculosa, levanta una hoja de cuaderno que reza “queremos educación de calidad”, con las últimas dos palabras resaltadas en rojo. Entre sus piernas se esconde una pequeña que arrastra la bandera argentina, y de a ratos le pide “upa” sin éxito.

Dos personas se ríen y señalan aquello que tanto los divierte. La inscripción “Kristina no te vayas con Chávez, andate Konchuda” completa a un señor que transpira como una botella que se descongeló. Estira los brazos al máximo, logrando que el camarógrafo de Cablevisión tome su imagen, la de su cartel, para mostrarle al pueblo que condensó la opinión de muchos, ya que la consigna se vuelve cántico.

Lejos del pogo de veinteañeros, donde ahora se agolpan al ritmo de “el que no salta es negro y k”, una frase que ganó fama en la protesta del 13 de septiembre, la piedra fundacional casi ha desaparecido debajo de la gente. El monumento, construido luego de la fundación de la ciudad de La Plata, muestra a algunos protestantes que agitan los brazos mientras golpean cacerolas, en general de un tamaño que apenas sirve para cocinar un huevo, y a otros vecinos, aquellos cuyos rostros están repletos de arrugas, que se sientan a descansar pero no dejan de golpear lo que tengan al alcance de la mano, sea de teflón o plástico.

Una mujer se levanta de la piedra y se dispone a ir hasta las camionetas para cantar sus verdades. Desea, dice, que los medios de comunicación muestren lo que se dedicó a escribir: “Clase media: discriminada, pisoteada, denigrada, despresiada (con s), pretenden eliminarla”. Argumenta que “gobiernan para los vagos, no impulsan el trabajo ni el estudio”, y encara hacia adelante, para buscar las cámaras.

Alrededor de las estatuas, pero sin meter las patas en las fuentes, algunos se sientan y charlan. El tema reinante, después del desprecio a la “hija de puta”, es el calor, y los planes que algunos tienen para después, para cuando finalice “el festejo”. Al lado de sus padres, con la mirada perdida, un chico de primaria golpea con fuerza una cacerola. Los padres miran el reloj y asienten que ya es hora de irse, perdiéndose en la oscuridad de calle 13.

A las diez de la noche, la plaza sigue siendo el escenario de algunos reclamos, pero los autos que cubrían el perímetro en su totalidad han comenzado a dejar espacios vacíos. Alrededor de la plaza, todavía se oyen bocinas, y los taxistas que no pueden dejar sus puestos de trabajo se encargan de bordear el lugar y levantar los brazos saludando a desconocidos, compartiendo alguna grosería, con la radio a todo volumen escuchando lo que ocurre en el mismo lugar que están bordeando.

El foco principal sigue siendo el de los saltos y, ahora, el himno a gritos. Se elevan pancartas que se quejan tanto de la Corte Suprema como de los impuestos, de las asignaciones familiares como del “adoctrinamiento” y, sobre todas las cosas, de la “diktadura” que atraviesa el país. Un cartel perdido acusa “Opositores ineptos”, pidiendo una representación política que brilla por su ausencia.

- No hay libertad de expresión- comenta una mujer a un micrófono de una notera que, me dice, trabaja para una radio, y también aclara que no se anima a repreguntar.

Mientras, por los principales noticieros del país, Mauricio Macri enfatiza que “la gente está cansada de tener miedo”, a la vez que miles de personas se movilizan sin sufrir represión policial. Mientras, por twitter, un joven de Franja Morada escribe que “la Kretina se va a tener que ir”, a su vez que asegura que repudia los golpes de Estado. Mientras, por Facebook, un militante del Partido Obrero dice no coincidir con muchas de las consignas, pero celebra la “marcha pacífica”, al mismo tiempo que, en el Obelisco, periodistas de C5N y Duro de Domar son atacados a trompadas. Mientras, en la esquina de un bar llamado Eva, probablemente haciendo alusión al ícono del peronismo, dos hombres concluyen que, al fin y al cabo “con los militares estábamos mejor”.

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